miércoles, 20 de enero de 2010
PORQUE EXISTIMOS.
¿Por qué existimos?
¿Cuál es el sentido de la vida?
A estas preguntas frecuentes se suma otra: ¿Podemos esperar algo más que vivir apenas setenta u ochenta años y luego morir? (Salmo 90:9, 10.)
La cuestión se vuelve aún más apremiante cuando cuenta de lo corta que es, realmente la vida. Desde luego, no es necesario verle la cara a la necesario verle la cara a la muerte para plantearse la razón de la existencia; las desilusiones o la reflexión sobre la vida que llevamos también puede ser un incentivo para hacerlo.
Dave tenía un empleo bien remunerado, un bonito apartamento y muchos amigos con los que le gustaba divertirse. "Un día -relata- caminaba hacia casa tarde en la noche después de salir de una fiesta, cuando me puse a reflexionar. ¿Esto es todo? ¿Habrá algo más que simplemente vivir unos cuantos años y después morir?". En aquel momento me asusté de la vida tan vacía que llevaba."
En su libro El hombre en busca de sentido, el psicoanalista Viktor Frankl observó que algunos de sus compañeros que sobrevivieron el Holocausto se encararon a la misma cuestión después de ser liberados de los campos de concentración. Al retornar a sus hogares, se encontraron con que sus seres amados habían muerto. Frankl escribe: "¡ Desdichado quien al regresar descubrió una realidad totalmente distinta a la íntimamente añorada durante los años de cautiverio!".
Una cuestión que viene de antiguo.
La pregunta de por qué existimos ha sido común a todas las generaciones. La Biblia nos ofrece ejemplos de personas que se plantean la razón de su existencia. Una de ellas fue Job, quein, tras perder sus riquezas y a sus riquezas y a sus hijos y hallándose afligido por una espantosa enfermedad, se lamentó: "¿Por qué desde la matriz no procedí a morir ? ¿ Por qyé no salí del vientre mismo y entonces expiré?" (Job 3: 11).
Otro que sintió lo mismo fue el profeta Elías. Creyendo que era el único adorador de Dios que quedaba vivo, exclamó: ¡Basta! Ahora, oh Jehová, qu´tame el alma, porque no soy mejor que mis antepasados" (1 Reyes 19:4). Tales sentimientos son muy frecuentes. De hecho, la Biblia presenta a Elías como un "hombre de sentimientos semejantes a los nuestros" (Santiago 5: 17).
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